Raquel Martínez 

Mi recorrido artístico comenzó en 2017, sin saber en qué terminaría. No tenía rumbo, ni objetivos; solo un gran abismo ante mis ojos. 

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Acababa de graduarme en Psicología. Había sido un año durísimo para mí. Enfrenté un último curso con una herida abierta, literal y emocionalmente hablando; la enfermedad de crohn, con la que convivo desde hace más de diez años- se descontroló y tuve que ser intervenida.  Fue el comienzo de una larga temporada  de salas de espera y hospitales. Mi relación con los lugares sanitarios siempre ha sido complicada, ahora gracias a mucha experiencia y terapia es algo más fácil pero entonces tenía veinte años y mucho mucho miedo.

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Acudí al arte como un refugio, una vía de escape para desatar lo que dolía dentro y aún no conseguía entender. Solo sabía que escribir y dibujar me hacían sentir mejor. Comencé pintando bolsas de telas a mano y, poco después, me lancé a compartir un pequeño fanzine autoeditado con escritos e ilustraciones. Como animalillo curioso que soy, no he parado nunca de aprender en todo aquello que me con-movía, toqué de todo: carboncillo, grafito, tinta china, acuarela, óleo, grabado, serigrafía, encuadernación, diseño gráfico...
Con alegría comprendí que el arte no solo era un lugar al que huída, sino también de encuentro. En estos años he tenido el placer de conocer, gracias a este trabajo, a muchísimas personas con las que he compartido sentires y experiencias. Tengo la suerte de formar parte de una comunidad a la que ya no nos da miedo sentir, ni compartirlo porque hemos aprendido juntas que sentir nos hace fuertes, y no al revés. Años después, esto es de lo que más agradecida y orgullosa me siento.